La gran boda parisina de Bertil & Christian

Bertil y Christian son de esas parejas con los que siempre puedes contar para echar un buen rato, ya sea una tarde de charla amena, un brunch (a se posible acompañado de champán) con una conversación aguda, una tarde de compras por el Soho de Londres con los correspondientes consejos de estilo, o una buena botella de vino francés (sí, son así de suyos, de vinos españoles no sabrían ni pronunciar “Valdepeñas”, pero de franceses...). Afortunadamente he tenido la oportunidad de compartir con ellos grandes momentos de los últimos años. Los conocí cuando vivía en Suecia, aunque hemos hecho carambolas para encontrarnos, a veces de manera azarosa en Londres, Madrid, Copenhague, París…

Como pareja han adquirido ya el título de “institución”. Siempre han estado ahí, más de veinte años juntos, que los une en una relación tan relajadamente feliz como sólida y estable. Tan estables que hasta me sorprendió cuando Bertil me llamó un día desde Copenhague para decirme que se casaban…, en París (obvio, dónde si no…), y que querían que les hiciera las fotos de la boda. Las sensaciones que me recorrieron por la boda recién anunciada empezaron a mezclarse en mi propia coctelera emocional. Sí, una enorme emotividad y alegría por ellos, por dar un paso así tras tantos años de relación. Pero también el sentimiento de vértigo al pedirme que fuese su fotógrafo de boda. Vértigo porque sería mi primera boda donde no estaría la personal que tradicionalmente ocupa el lugar principal en todas las bodas, la novia y su maravilloso vestido blanco. A lo que añadir que sería también mi primera boda en París. Un reto como para pensárselo dos veces antes de educadamente decirles que gracias, pero que ya si eso hablábamos después de la luna de miel.

Afortunadamente para mí (quiero pensar que también para ellos) no me podía perder el reto de hacer algo tan rematadamente genial y distinto a lo que había hecho anteriormente, ni yo ni mi cámara. Supongo que el hecho de que les hubiera fotografiado anteriormente tanto juntos como separados hacía que confiasen en mí, y sobretodo que mi trabajo les pareciera bueno, ni más ni menos como para hacerlo para su boda.  Así que sin dudarlo acepté a la par que empezaba a callejear mentalmente por mis recuerdos parisinos para apañármelas con las localizaciones y organización de las fotos del día de la boda ¿Cómo se preparan las localizaciones de una boda de un sitio tan poco familiar?

Hay que decir que los novios me ayudaron reduciendo a un puñado el número de sitios específicos de la ciudad donde les apetecía tener fotos la mañana antes de la ceremonia (bien). Pero mejor aún, conté con la inestimable asistencia de la persona que soporta mis desvelos fotográficos (y los otros, también), la viajera que tengo en casa, la cual aprovechó una parada por París para hacerme una misión de rastreo en bicicleta. Así que con el mapa señalado, las fotos tomadas de los distintos lugares posibles, y un poco (confieso) de google Street, trazamos un recorrido para hacer durante la mañana del día de la boda.

Todo sobre ruedas…, salvo que mi avión Madrid-París se retrasó durante horas incontables (moraleja, no dejes nada que pueda fallar al azar, porque en serio, puede fallar). Con todo, llegué a mi hotel en París a las cuatro de la mañana, y después de escasas tres horas de sueño inquieto, una ducha, más un “cafe au lait”  y  un “pain au chocolat” recién horneado en la “bolangerie” de la esquina, cargué las baterías (mías y de mi cámara), limpié las lentes y me fui a pisar los deslumbrantes escenarios donde haríamos las fotos.

Primero, a los jardines de Trocadero, frente a la torre Eiffel para descorchar la primera botella de champange (a las 9 de la mañana, no hay carajillo que supere a eso) y tomar las primeras fotos antes de que cientos de turistas abordasen la plaza. De ahí, un paseo fotográfico por calles de París hasta el puente de Bir-Hakein (donde un equipo de filmación japonés rodaba a la vez un anuncio de Kumamon). Una parada para tomar un café bien cargado en una típica terraza parisina, y de ahí al magnífico museo de Rodin a seguir con las fotos.

Tras una mañana intensa, tocaba refrescarse al hotel, dejar que los novios se prepararan para lucirse en su día, y a por la ceremonia en un barco atracado en las orillas del Sena (¿qué, no te parece que el trabajo de fotógrafo es la leche?). Una vez casados, emocionados y bien brindados, a la fiesta en la club sueco junto a la plaza de la Concordia… el resto es una feliz historia, de un sábado de boda en París como cualquier otro. Los novios comieron perdices y bebieron mucho vino, (francés, por supuesto)… Y por supuesto se llevaron un maravilloso recuerdo de aquel día en unas fotos de boda, que quiero pensar, les parecieron de primera calidad…!

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